Más allá del valor económico: tomar decisiones justas con la naturaleza

Una de las frases que leo con más frecuencia en artículos científicos es que el cambio climático tiene efectos negativos sobre la biodiversidad y la funcionalidad de los ecosistemas. Esta misma frase o cualquier variante de ella se adapta al contexto del artículo particular que se quiera escribir y le siguen explicaciones y citas bibliográficas que confirman el hecho.

Como científica, he investigado los efectos de este fenómeno y las posibles respuestas de los animales ante el aumento de la temperatura, y no exagero cuando digo que cientos de artículos empiezan así. También yo me declaro culpable de usar esa frase, que parece ser un cliché en investigaciones que buscan explicar los efectos del cambio climático, una realidad cada vez más palpable y visible. 

Ciertas aves que viajan por temporadas cada año para establecerse en regiones donde encuentran condiciones ideales de clima y alimento. ©Bob Brewer

Leo con frecuencia sobre especies que no logran adaptarse y, a veces, con suerte, sobre su capacidad de dispersión hacia nuevos lugares donde podrían encontrar las condiciones necesarias para sobrevivir. La dispersión no es más que la habilidad de moverse de un sitio a otro. En la naturaleza, esto se observa en migraciones estacionales muy conocidas, como las de ciertas aves que viajan por temporadas cada año para establecerse en regiones donde encuentran condiciones ideales de clima y alimento. Los seres humanos también dominamos esta habilidad; movernos se vuelve muy fácil gracias al desarrollo tecnológico, aunque esto venga acompañado de impactos ambientales.

En otras ocasiones, la migración ya no es una decisión derivada de un ciclo natural, sino una necesidad. El cambio climático está forzando a muchas especies a desplazarse a territorios desconocidos, con todos los riesgos que implica establecerse en un lugar nuevo, tal como ocurre con las migraciones humanas. Cuando pienso en la movilización de la “vida salvaje”, imagino murciélagos o aves que pueden volar largas distancias o felinos capaces de desplazarse por muchos kilómetros al poder sortear barreras como ríos o montañas. Sin embargo, imaginar la capacidad de movilización de las plantas es algo menos obvio y quizás muy abstracto. ¿De verdad se desplazan las plantas? 

Hace aproximadamente un año, caminando por las calles de Lima junto a colegas que participábamos en un festival, escuché a mi amigo Bernie Bastien-Olvera hablar del desplazamiento de ecosistemas enteros, lo que significa esencialmente que la vegetación típica de un ecosistema particular se mueve. Me acerqué para escuchar mejor la conversación en la que Bernie contaba sobre su investigación publicada en la prestigiosa revista Nature. En ella, explica cómo los beneficios que obtenemos de los ecosistemas cambiarían debido a las predicciones de cambio en su distribución actual. No había mucho tiempo para profundizar, pero me quedé con la curiosidad de saber más.

©Thomas Ho

Al leer su artículo, me llamó la atención que cuando se mencionan los beneficios que nos da la naturaleza, los clasifica en dos tipos: market benefits y non-market benefits. El primero es el protagonista en narrativas económicas porque se miden en términos monetarios, es decir, lo que un país produce (y gana) gracias a algún recurso natural en particular, como la extracción de madera o petróleo. El segundo, en cambio, toma en cuenta el valor inherente de la naturaleza, desde el acceso a espacios recreativos hasta la disponibilidad de agua y aire limpios, entre muchos otros. Estos valores se calculan en función de la distribución actual de los ecosistemas, pero la pregunta es: ¿qué ocurriría si esa distribución cambia? El estudio incorpora pronósticos de migración de los ecosistemas bajo un escenario futuro de aumento de 2 °C de temperatura para estimar la transformación de ambos tipos de beneficios en varias regiones a nivel mundial.

«A escala global, muchos ecosistemas se están desplazando hacia los polos, es decir, hacia latitudes más altas. La vegetación se dispersa y coloniza nuevos espacios geográficos, modificando tanto su ubicación como su extensión».

A escala global, muchos ecosistemas se están desplazando hacia los polos, es decir, hacia latitudes más altas. La vegetación se dispersa y coloniza nuevos espacios geográficos, modificando tanto su ubicación como su extensión. Por ejemplo, se predice que la vegetación de los ecosistemas boreales aumenta en zonas donde antes era escasa, mientras que en los trópicos, las áreas de mayor diversidad del mundo, hay una reducción importante de la cobertura vegetal. Los bosques tropicales lluviosos y siempreverdes del continente americano dejan de ser tan abundantes en la zona tropical y se expanden hacia Centroamérica, donde aumenta el área, aunque aun así disminuyen en extensión y diversidad con respecto a la actualidad. Estos desplazamientos alteran la proporción de los market y non-market benefits porque, aunque los países permanecen fijos en el mapa, los ecosistemas que sostienen esos beneficios no lo hacen, ya que la distribución ecológica no responde a las fronteras políticas. En consecuencia, un país puede perder servicios que antes daba por garantizados, como agua limpia, diversidad biológica o suelos productivos, y ganar otros nuevos.

Más allá de los cambios en la distribución, el impacto es profundo. Tanto los países del norte como los del sur global se ven afectados económicamente por la transformación en la distribución de los ecosistemas y de los beneficios que estos sostienen. Sin embargo, los efectos no son equilibrados. El artículo predice que los países del sur global sufrirán el 90% de las pérdidas y los del norte global solo el 10%. Esto implica que los cambios proyectados en la vegetación podrían intensificar la desigualdad ya existente entre ambas regiones, pues las pérdidas recaen sobre economías que tienen una mayor proporción de recursos naturales y dependen en mayor medida de los servicios ecosistémicos.

«El artículo predice que los países del sur global sufrirán el 90% de las pérdidas y los del norte global solo el 10%».

Lo fundamental de este estudio es insistir en la importancia de los beneficios “no comerciales” que la naturaleza ofrece. Si bien destaca las ventajas para las poblaciones humanas, también es una forma de ir más allá de lo humano. Hablar de non-market benefits abre la puerta a una visión de reciprocidad con la naturaleza en la que nuestras decisiones contribuyan a sostener el funcionamiento vital de los ecosistemas. Como lo describe Robin Wall Kimmerer en su libro Braiding Sweetgrass, esta ética relacional invita a entendernos como parte de una red de intercambio que rompe con la simplificación, la arrogancia o la lógica dominante de creernos administradores de la naturaleza y con el derecho de extraer sus beneficios sin pensar en las consecuencias.

©Amit Rai
©Jeremy Bishop

Para lograr un cambio real, necesitamos un lenguaje epistemológico integral entre científicos, antropólogos, comunidades locales y economistas, porque cada uno sostiene formas de conocimiento que se complementan y permiten valorar dimensiones que los modelos económicos tradicionales no capturan. Esta integración es clave para dejar atrás la tendencia a tomar decisiones exclusivamente en función de la economía global y avanzar hacia un enfoque que reconozca a la naturaleza como sujeto de derechos. Incorporar los non-market benefits en las cuentas nacionales significa que proteger los bosques, el agua y la biodiversidad no es un lujo ambiental, sino una estrategia necesaria para sostener la integridad ecológica de la que dependen nuestras sociedades. 

Solo desde el entendimiento colectivo de reconocernos como parte de la naturaleza es posible tomar decisiones que aseguren la continuidad de los ecosistemas y de todos los seres que los habitan. Somos habitantes de un sistema vivo y, como tales, tenemos la responsabilidad de preguntarnos cómo cuidar y por qué cuidar, mucho más allá del valor comercial que se quiera asignar a la naturaleza. Así es para muchas comunidades indígenas y locales en distintos territorios del mundo. El cuidado no es una política ni una estrategia económica, sino una práctica cotidiana basada en la comprensión de que no se protege aquello que se posee, sino aquello sin lo cual no es posible vivir.

Imagen de Portada: ©Gustavo Sánchez