No había vuelta atrás. Ese 2011, Pedro sabía que se iba a morir. Hacía meses que estaba interno en el Hospital de Quemados de Buenos Aires y estaba tan viejito que ni siquiera se dio cuenta cuando una quemadura violenta lo dejó gravemente hospitalizado. Así conoció en sus últimos días a Melisa Wortman (38 años), mientras ella hacía de payasa entre los pasillos del hospital.
—Le ofrecimos cumplir un deseo, el que fuese, y él quiso tirar una botella al mar con una carta dentro. Todos sabíamos que era su despedida y lo hicimos. Después le sacamos una foto a la botella, pusimos esa imagen en un marco y la colgamos en su pieza del hospital. A los dos días, murió. Era lo último que quería hacer. Muchas veces, la gente que tiene algo pendiente no se puede ir. Puede ser un secreto o una historia. En ese momento me di cuenta que acompañar en la muerte es simplemente estar de la manera que sea necesario, en esa transición de la persona y de su entorno. A veces, es solo mirar a alguien y decirle que estás ahí, validar su duelo, son pequeñas acciones las que hacen la diferencia. Entender esto cambió mi forma de abordar el fin de vida o los cuidados.
“Acompañar en la muerte es simplemente estar de la manera que sea necesario, en esa transición de la persona y de su entorno”.
Tras su experiencia como payasa de hospital, Meli Wortman decidió cambiar de rumbo y entrar de lleno al tránsito entre el vivir y el morir. Ya sea comunicando sobre el fin de vida y el duelo, desde la literatura, la educación y las redes sociales; acompañando a través de la escritura a personas enfermas, terminales o que viven una pérdida reciente, o apoyando investigaciones dedicadas a estas temáticas tanatológicas y paliativas desde la Fundación Ideas Paliativas en Acción (IPA). En un camino que comenzó hace 20 años donde ha publicado libros infantiles sobre la muerte como “Zomba: enlazadora de mundos” (Muchas Nueces, 2017).
E: ¿Cómo ha transitado tu propia visión de la muerte en el tiempo?
M.W: Es un concepto que va cambiando, se va heredando y en ocasiones cuesta ordenar y organizar las creencias. Es muy importante entender cómo una comunidad ve y siente la muerte porque para algunos es un poco más fácil abordar la pérdida y para otros, es muy difícil hablarlo. Desde acá, he aprendido que la invitación es a vivirla en compañía, porque todos tenemos que atravesar por alguna experiencia de pérdida durante la vida. Es algo cotidiano que debemos integrar no solo desde un lugar solemne, de doctores o científicas, si no como la cosa cultural que nos atraviesa. La muerte es de lo más común que tenemos y de lo que menos compartimos.
Durante tus años como acompañante de muerte y enfermedades terminales, ¿con qué concepciones te has encontrado y qué significado tienen estas experiencias para tu propia visión de fin de vida?
La más común es escuchar “no puedo con esto” o “son temas que me paralizan”. La idea de morir muchas veces viene acompañada por la imposibilidad de abordarla. Y a mí por supuesto que me asusta el sufrimiento. Pensar en una muerte violenta, despedir a mis seres queridos. Y francamente, no voy a caer solamente en el relato de la transformación que emplaza a la muerte como la contracara de la vida, porque son experiencias que duelen un montón. Pero hay formas de encararlo. Las personas buscamos respuestas y la religión y la ciencia las crea, pero hay una realidad donde existe el dolor que mal acompañado, luego se convierte en sufrimiento. Me encantan todas las respuestas que podamos encontrar, siempre y cuando no opaquen la idea de que el desgarro existe y hay que atravesarlo, hay que pasarlo por dentro, porque no se puede salir de un lugar al que una no entró. Porque el duelo vuelve, más tarde quizás como una enfermedad o en forma de miedo, haciendo más fuerte y doloroso el próximo duelo. Cualquier concepción que no abrace el hecho de que duele y que para pasarlo hay que estar acompañado, a mí no me termina de cerrar.
Meli Wortman todavía recuerda el momento en que supo lo que era la muerte. Tenía 10 años, era 1994 y un coche bomba hacía explotar un edificio en Buenos Aires durante el famoso atentado a la AMIA, que dejó más de 300 heridos y 85 muertos. Uno de los atentados terroristas más violentos de la historia de Argentina sucedía a solo unas cuadras de su casa de infancia. Su familia, recuerda, no supo explicarle qué pasaba cuando la muerte llegaba a la puerta de tu casa. Los padres y madres, dice Meli, usualmente no saben cómo contarles de la muerte a los niños y niñas. Es más fácil cuando es algo que pasa lejos, a otros, cuando es una experiencia que no está en el cotidiano. Pero esa vivencia cercana, añade, demostraba lo vulnerable que era entonces nuestra vida. Lo frágil que es en realidad y lo mal que afrontamos esta condición.
—Durante mi trabajo he aprendido que el capitalismo nos obliga a clasificar emociones, pero en realidad no hay sentimientos buenos o malos. No nos debe dar miedo juntar las palabras “ternura” y muerte”. El lenguaje es muy importante en cómo atravesamos el dolor. La gente dice: “perdí a mi marido”, y no, vos no lo perdiste, vos no tenés la culpa. Solo se murió. Si yo le digo a un niño: “tu papá se fue con Dios”, yo le doy a entender que su papá prefiere estar con Dios que con él. La gente se muere y duele, en la vida lidiamos con eso. Por eso, al hablar de muerte prefiero usar la metáfora de una mochila: a veces nos pesa la mochila para caminar, pero necesitamos lo que está dentro de ella. Desde ahí, lo que necesitamos es crear músculos para llevarla. Porque es falso que dejamos atrás la pena, las personas no “superamos” un duelo, solo aprendemos a vivir con él.
Desde tu paradigma, ¿qué significado tiene la muerte en nuestra cultura?
Creo que es una especie de tema prohibido, que nace como consecuencia normal del capitalismo globalizado y de la exaltación constante de la belleza y de la juventud. De poseer. Como cultura, somos incapaces de convivir con la pérdida, con el despojo. Esto atraviesa las clases sociales y el tiempo. Tenemos esa sensación del individualismo, de lo que es mío y no lo suelto. No lo entrego tan fácil. Así, las pérdidas no se ven como una transformación aliviante, sino como una traición o un castigo. Entonces, por un lado tenemos esta compulsión de posesión, el control, lo abundante, lo bello, lo joven como objetivo asociado a la vida, y por otro parte, existe lo que está fuera de nuestro control y por eso nos asusta.
Desde un punto de vista histórico, ¿crees que en Latinoamérica hubo alguna vez un espacio comunitario que abordara el duelo?
Claro. Antes existían antiguas cosmovisiones heredadas, tradicionales, indígenas, sincréticas o católicas que contaban con rituales, con un chamán que asiste o con una comunidad que acoge. Pero ahora estamos solas y es abismante cómo una experiencia que es tan grande como la muerte, que ocupa todo el espacio cuando sucede, se desprende de todo sentido cuando no heredamos una tradición o un grupo de apoyo.
Con la experiencia que has adquirido, ¿cuál podría ser la manera más sana de acercar nuestras comunidades a la muerte?
Hoy existe un concepto llamado “pedagogía de la muerte” y se relaciona con la idea de pensar que podemos trabajar con los ejes muerte-duelo desde cualquier asignatura desde cualquier nivel educativo. Esto para mí es esencial, porque trabaja generando autonomía, crítica y diálogo. La idea es que, por ejemplo, un niño no tenga que enfrentarse a la muerte de su hermano para entender el fin de la vida. A veces la gente se quiere morir cuando se le muere un hijo, y está bien. Entonces es bueno que un niño pueda entender que sus padres están tristes si están viviendo un duelo o que un chico pueda decirle a su abuela: “estoy triste, necesito estarlo y voy a llorar”. Hay que trabajar la compasión, aprender a atravesar el dolor sin tener miedo, hay que hablarlo, es “Educación para la Salud”.
¿Qué consejos le darías a alguien que está acompañando a un enfermo o a alguien que está atravesando un duelo?
Que necesitan compañía. Históricamente hemos transitado los duelos en comunidad y ahora hemos perdido eso. Hay que recuperar esa idea de grupo, afrontar que el dolor está y que si estamos acompañados, podemos atravesarlo mejor. Podemos, si tenemos herramientas, si en la escuela nos ayudan, si tenemos una lista de películas y libros, mejor. Eso es lo ideal y es por lo que trabajamos y seguimos trabajando el sentido de realidad. De pronto, es el camino.
Imagen de portada: © Fredrik Ruysch