
Un vínculo profundo con la montaña
La casa de Javier Sepúlveda está en las afueras de Antuco, rodeada de lomas suaves y senderos que huelen a boldo y tierra húmeda. Desde ahí, sus ojos recorren los cerros que conoce casi de memoria, porque lleva alrededor de 40 años guiando a su piño en busca de pasto y agua fresca. Javier es arriero de cuarta generación. Su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo ya lo eran, y él aprendió a cabalgar casi sin ayuda, acompañando a su familia en las veranadas desde niño.
“Siempre me gustaron los animales. Me llamaban mucho la atención las cabras, los caballos. Aprendí casi solo a andar a caballo; ahí acompañaba a mi abuelo con sus animales”, recuerda Javier, quien es también Presidente de la Agrupación de Arrieros Galope de Antuco.
Por esos años —y hasta hoy— dormían bajo ramadas, cocinaban en fogones y madrugaban antes del primer sol para reunir el ganado. El cerro se volvió casa; cada piedra, un hito; cada paso de los animales, una coordenada grabada en la memoria.
Rutas que son memoria viva
El proyecto Rutas Arrieras, impulsado por Fundación Madrugada y financiado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, busca rescatar estos caminos. No solo como senderos físicos, sino como relatos vivos de memoria, cultura y conocimiento territorial.
A través de relatos orales, cápsulas audiovisuales y encuentros comunitarios, se está construyendo un mapa digital que geolocaliza estas rutas y las nombra con la voz de quienes las recorren. Cada línea en ese mapa es un ciclo que se repite año a año: el arreo de cabras, vacas y caballos desde las invernadas hasta las veranadas, buscando pasto fresco y agua limpia en la cordillera.
“La invernada es la época de pariciones y cuidado. Pero cuando el clima lo permite, suben con los piños. Y en la veranada los animales se desarrollan y luego bajan nuevamente”, explica Paulo Acevedo, asesor técnico de Prodesal San Fabián.

La montaña y sus reglas
La vida del arriero está llena de desafíos: nevazones, caminos estrechos, acantilados, y la amenaza constante del puma. Pero los arrieros no ven a este felino como un enemigo a eliminar, sino como parte del ecosistema. “Los arrieros son parte de la montaña. Reconocen jerarquías. El puma, por ejemplo, está antes que uno allá arriba. Asumen que perder animales es parte del costo de habitar ese ecosistema”, dice Alejandra Sepúlveda, gestora del proyecto.
Esta mirada, justamente, rompe la visión tradicional que separa humano y naturaleza, cultura y ciencia. Y es uno de los principales valores que subyace en este proyecto. “La idea es poner en valor que estas comunidades forman parte de un ecosistema integral. El planeta no puede sostener esas divisiones y estas comunidades reflejan algo diferente”, agrega Alejandra.
«Los arrieros son parte de la montaña. Reconocen jerarquías. El puma, por ejemplo, está antes que uno allá arriba. Asumen que perder animales es parte del costo de habitar ese ecosistema» (Alejandra Sepúlveda).
Tejiendo redes de cuidado y memoria
El trabajo del equipo de Prodesal San Fabián ha sido clave para acompañar a estas comunidades desde hace más de una década, conectando saberes ancestrales con apoyo técnico y desarrollo rural. “Los arrieros no son solo crianceros; tienen una relación distinta con el territorio. Y nuestro trabajo también es ayudar a que no desaparezcan. Ya quedan las últimas generaciones”, comenta Paulo Acevedo.
Fundación Madrugada, con esta investigación participativa, ha logrado dar voz al arriero como guardián del paisaje, y sus rutas son más que senderos logísticos: son ejes para interpretar el territorio, conectando historia, ciclos naturales y modos de vida.

En San Fabián, la comunidad arriera envejece. Hoy son solo una docena de hombres mayores de 60 años -algunos octogenarios pero aún ágiles a caballo- quienes mantienen viva esta práctica. Muchas rutas ya no se transitan desde hace años. Además, las normas viales, proyectos hidroeléctricos y la expansión forestal han fragmentado el territorio y obstaculizado estos caminos ancestrales. El relevo generacional es un desafío silencioso que amenaza con romper una cadena cultural de siglos.
Para la Asociación Chilena de Guías de Montaña (ACGM), estas rutas son una oportunidad para impulsar un turismo con sentido, que conecte a los visitantes con la cultura y la historia local. “Los montañistas siempre hemos estado ligados de alguna manera con los arrieros. No se trata solo de llevar a alguien a ver un lugar bonito, sino de comprender el territorio a través de quienes lo han habitado siempre”, afirma Evelyne Lizama, representante de la ACGM. Para ella, incorporar la cultura arriera al relato del montañismo enriquece la experiencia y puede generar identidad y arraigo, fomentando el desarrollo local.
Un camino hacia el futuro
El proyecto Rutas Arrieras fue nominado al Mountain Protection Award 2025, uno de los mayores reconocimientos internacionales en el montañismo. Más allá del premio, representa una oportunidad para consolidar un modelo de gobernanza que involucre a comunidades, academia, instituciones públicas y privadas, en la conservación de este patrimonio biocultural.
Para Javier Sepúlveda, la montaña es escuela, altar y archivo vivo. Por eso, además de subir con sus animales, se organiza con otros arrieros para preservar las tradiciones antes de que se pierdan. “Para mí, esto es la identidad del pueblo. Hay arrieros bien antiguos, de más de 90 años, y la sabiduría que me transmiten para las nuevas generaciones es motivo de orgullo”, afirma.
Ser arriero es mucho más que trasladar animales: es leer la montaña, entender los ciclos, convivir con la naturaleza con respeto y constancia. “No hay más cama que mi montura, ni más techo que las estrellas”, concluye Javier con uno de sus famosos versos.
Rutas Arrieras apuesta a que estas huellas vuelvan a ser parte del diálogo colectivo, para que cultura y naturaleza caminen juntas hacia un futuro con sentido de pertenencia y cuidado compartido.
Imagen de Portada: Paisaje desde las alturas de la veranada. ©Fundación Madrugada