Cuando cae la noche: adaptaciones animales en la oscuridad

Los organismos vivos buscan aprovechar las oportunidades que se les presentan. Por eso han colonizado prácticamente todos los ambientes del planeta, maravillándonos con una diversidad asombrosa. Pero ese impulso de expansión no ocurre solo en el espacio: también se expresa en el tiempo.

A lo largo de las estaciones, los días y las noches, los seres vivos ajustan su comportamiento para sobrevivir. En este eje temporal, tal vez la transición entre el día y la noche sea una de las más profundas: del calor y la claridad del sol a la fría oscuridad del mundo sin luz. Tan marcado es este contraste, que muchos seres se han adaptado especialmente a él, encontrando su lugar en el refugio de la noche y desarrollando estrategias únicas para navegar entre sombras.

La noche

La noche es el tiempo en que el sol se oculta tras el horizonte, desde el atardecer hasta el amanecer. Su duración varía según la estación: se alarga en los meses de invierno y alcanza su máximo alrededor del We Tripantu, en junio.

Durante esas horas, las condiciones ambientales se transforman. La temperatura desciende —en los desiertos, incluso de manera drástica—, y la humedad cambia. En las zonas templadas, este contraste genera el rocío nocturno que humedece el suelo y las hojas. La luz, en tanto, se atenúa hasta casi desaparecer, quedando solo el resplandor de la luna y el titilar de las estrellas como faros naturales.

Algunos animales extraños, como este opilión, salen solamente por las noches, lo que los hace cohabitantes desconocidos para la mayoría. ©Montaraz

Adaptaciones y diversidad

Las condiciones nocturnas imponen desafíos singulares y la fauna ha respondido con una creatividad admirable. En el plano sensorial, muchas especies han desarrollado una visión más aguda, con ojos grandes y estructuras reflectantes que amplifican la luz y producen el característico brillo de los ojos en la oscuridad. Otras han potenciado el tacto, a través de bigotes o plumas finas, y otros animales han desarrollaron un sentido del olfato más agudo, que les permite moverse sin depender tanto de la vista.

Algunos animales han ido más lejos aún, inventando sistemas completamente nuevos, como la ecolocalización de los murciélagos: un método de navegación basado en el sonido. Mediante chasquidos ultrasónicos, estas criaturas mapean su entorno con una precisión asombrosa, capaces de detectar y cazar presas diminutas como mosquitos o polillas (Schnitzler et al., 2003).

En las rapaces nocturnas, como la lechuzas blancas (Tyto alba) o los tucúqueres (Bubo magellanicus), las alas y plumas se adaptaron para amortiguar el sonido del vuelo, permitiéndoles acercarse sin ser oídas. Esto es particularmente efectivo considerando que sus presas tienen un gran sentido del oído, debido a sus adaptaciones a la noche . Es un ejemplo perfecto de cómo la noche da protagonismo a otros sentidos.

De hecho, el oído es quizás el gran protagonista del mundo nocturno. Cuando no puedes verte, solo puedes escucharte. La oscuridad está llena de voces: cantos de anfibios, chillidos de zorros, vuelos de aves que cazan entre sombras. Una laguna de noche se convierte en un paisaje sonoro vibrante, donde diferentes especies ocupan su propio espacio acústico: unas con notas graves, otras con agudos, y muchas alternando sus cantos para no superponerse.

Los cantos de los anfibios, como esta rana de hojarasca (Eusophus roseus) pueden escucharse incluso a km de distancia. ©Montaraz

Otro sentido clave es el olfato, que para muchos seres de la oscuridad es su principal sentido, incluyendo a varios mamíferos, como los zorros. Esto les permite seguir rastros sin depender de la visión. De hecho, el mayor desarrollo de este sentido lo presentan criaturas nocturnas: las polillas, cuyos machos pueden detectar feromonas (químicos liberados al aire) de las hembras hasta 11 km de distancia en el caso de la polilla de la seda (Bombyx mori)(Sandler et al., 2000).

La noche también ofrece resguardo. Las salamanquesas del desierto, por ejemplo, evitan el calor del día y salen a cazar bajo el frescor nocturno. Entre los insectos, las polillas y los grillos dominan la escena. Las primeras son polinizadoras esenciales y toda pequeña criatura es pieza clave en las tramas tróficas que sustentan la naturaleza.

La oscuridad, además, puede regalarnos espectáculos casi mágicos, como las danzas de bioluminiscencia de las luciérnagas en las noches cálidas de los bosques de Chile central. Este espectáculo, que tiene un objetivo reproductivo para estas especies, es una de las maravillosas respuestas de la evolución a los desafíos de la vida.

Animales icónicos, como el monito del monte de pancho (Dromiciops bozinovici) solo habitan de noche. ©Montaraz

Amenazas

Durante milenios, la noche permaneció fuera del dominio humano. Carecíamos de los sentidos y herramientas para habitarla. Pero eso cambió. La tecnología nos permitió iluminar el mundo y prolongar nuestras actividades más allá del día. Llenamos de luz nuestras ciudades, caminos y campos, y ese resplandor artificial se ha infiltrado incluso en los rincones más remotos. Sin embargo, esa conquista tiene un costo.

La contaminación lumínica ha alterado profundamente la vida nocturna (Gaston et al., 2013). Un ojo adaptado a percibir mínimos destellos puede cegarse ante el fulgor de una linterna. Un insecto puede quedar atrapado volando sin descanso alrededor de una lámpara. Incluso los peces, que dependen de la luz de la luna y las estrellas para orientarse o reproducirse, pierden su rumbo bajo el resplandor de los puertos.

Uno de los casos más dramáticos ocurre en el desierto de Atacama, una de las fronteras más recientes de la expansión humana. Durante siglos, las golondrinas de mar (de la familia Oceanitidae) han viajado desde el océano hasta internarse en el desierto, donde anidan entre la arena y las rocas. Pero hoy, su ruta se ve interrumpida por puertos, parques eólicos y fotovoltaicos que irradian luz durante toda la noche. Muchas aves se desorientan, pierden energía o mueren en el intento. Para una especie de la que sabemos tan poco, este impacto puede ser devastador.

Muchos animales pasan la mayor parte del día durmiendo, como este zorro chilla (Lycalopex griseus) en Tierra del Fuego. ©Montaraz

Oscuridad necesaria

Estas realidades nos invitan a reflexionar, una vez más, sobre nuestra relación con el entorno. A veces confundimos la oscuridad con vacío o ausencia, olvidando que la vida necesita de todos sus seres y procesos para continuar la intrincada danza de interrelaciones que sostiene nuestro sistema planetario. Un sistema del que también somos parte.

Redescubrir la noche —caminar bajo la luna, escuchar los cantos de aves y otros animales, dejar que los ojos se acostumbren a la penumbra— es también redescubrir nuestra propia sensibilidad. Porque la noche es un mundo lleno de vida, el cual podemos explorar con respeto y asombro, para así seguir entendiendo nuestro entorno y a nosotros mismos.

Bibliografía

Sandler, B. H., Nikonova, L., Leal, W. S., & Clardy, J. (2000). Sexual attraction in the silkworm moth: Structure of the pheromone-binding-protein–bombykol complex. Chemistry & Biology, 7(2), 143-151.

Gaston, K. J., Bennie, J., Davies, T. W., & Hopkins, J. (2013). The ecological impacts of nighttime light pollution: a mechanistic appraisal. Biological Reviews, 88(4), 912–927.

Schnitzler, H. U., Moss, C. F., & Denzinger, A. (2003). From spatial orientation to food acquisition in echolocating bats. Trends in Ecology & Evolution, 18(8), 386–394

Imagen de Portada: Bosque en medio de la noche. ©Montaraz