El tamarugo puede alcanzar los 25 metros de altura y existen ejemplares con más de 400 años de edad (Rivera, M., 2010). Es de tamaño grande, crecimiento lento y bajo requerimiento hídrico. Presenta ramificaciones desde la base, con ramas gruesas y espinosas, y es de tipo caducifolio. Antiguamente, se le clasificaba bajo el género Prosopis; sin embargo, su denominación científica actual corresponde al género Strombocarpa. Adaptado a zonas de escasa o nula precipitación, en mesetas salinas altas y altiplanos, y se cree que logra sobrevivir en dichas condiciones gracias a las napas subterráneas que descienden desde la cordillera y alimentan a los suelos en donde vegeta. Destaca también por su contribución al aumento de la biodiversidad, debido a su capacidad para modificar las propiedades fisicoquímicas del suelo y generar sotobosques más fértiles (Ugalde, P. et al., 2024).
En Chile, su distribución natural abarca desde la provincia de Iquique hasta El Loa, destacando en la provincia del Tamarugal, especialmente en sectores como La Tirana y la emblemática pampa que lleva el mismo nombre de la especie, en la región de Tarapacá. Allí se encuentran las poblaciones mejor conservadas, particularmente en el sector de La Guaica y el Salar de Llamara. Dentro de la Reserva Nacional Pampa del Tamarugal, la especie se encuentra en estado de protección, y desde el año 2013 ha sido oficialmente clasificada bajo la categoría “En Peligro”, de acuerdo con el Decreto Supremo N° 13 del Ministerio del Medio Ambiente.

A lo largo de su historia, el tamarugo ha mantenido una profunda relación con los grupos humanos del desierto. Desde la época prehispánica ha sido fuente de alimento, sombra, combustible y materia prima, entre otras usanzas. Sin embargo, su importancia va más allá de lo material, debido a que encarna una memoria cultural y ecológica que refleja el equilibrio que han mantenido las comunidades del norte durante siglos con su entorno natural. Su vínculo con el ser humano se ha delineado a través de las transformaciones económicas, políticas, sociales y ambientales de cada época, reflejando una historia compartida de adaptación y permanencia en condiciones extremas.
Entre sus usos actuales destacan las flores, que son abundantes y constituyen un importante recurso apícola para la producción de miel; los frutos, hojas y brotes tiernos sirven de forraje para el ganado caprino y ovino; y su madera, dura y resistente, ha sido empleada principalmente como leña y carbón, y en menor medida para trabajos artesanales. Durante el auge del salitre, gran parte de sus poblaciones fueron explotadas para abastecer de combustible a las oficinas salitreras y faenas mineras (Fundación Reforestemos, s/f).
El tamarugo ha sido clave para comprender la historia del poblamiento humano en el desierto. Un estudio del Núcleo Milenio de Ecología Histórica Aplicada para los Bosques Áridos (AFOREST) identificó asentamientos humanos de entre 11.600 a 11.200 años de antigüedad en la Pampa del Tamarugal, donde cazadores recolectores se establecieron bajo arboledas y pequeñas galerías de bosques de tamarugos que formaban oasis alrededor de humedales (Ugalde, P. et al., 2024). Estos espacios ofrecían sombra, abrigo y materiales, y reflejan una relación ancestral de colaboración entre humano y árboles.

Este hallazgo se vincula con los cinco campamentos arqueológicos paleoindígenas identificados en la zona, donde los habitantes asentaron sus residencias. Por medio de la cartografía y la datación por radiocarbono, se determinó la importancia de estas formaciones de tamarugos como espacios de vida y en la construcción de los campamentos residenciales de dichos grupos que habitaron el desierto de Atacama. Los bosques donde se asentaron eran pequeños oasis en medio del desierto, gracias a las características de la especie como fijadora de nitrógeno y nutriente para el suelo, y se usaron como puntos de referencia y espacios de mayor visibilidad de las llanuras. La capacidad de mejorar y nutrir el suelo, posibilitó la creación de oasis con un microambiente fértil y habitable para los humanos, y que ellos también cuidaron. Asimismo, la vaina que nace de él es alimento para los animales, por lo que eran puntos de atracción en estos ambientes (Ugalde, P. en Ciencia en Chile, 2024).
“Varias etnografías de cazadores recolectores que habitan desiertos indican que los seres humanos muchas veces no modificaban o cortaban los árboles, sino que los ocupaban como estructuras para asentarse debajo y protegerse del ambiente, como una casa” (Ugalde, P. et al., 2024). Esto refleja la elección activa de dichos espacios, tomando en cuenta estas características proporcionadas por el árbol, además de otros aspectos como la disponibilidad de leña, la protección del entorno, el abrigo, la posibilidad de descansar y de fortalecer vínculos sociales por medio del encuentro en torno a ellos.
Entre las funciones que cumplieron los bosques de tamarugos, se cuenta la estructura habitacional, que se situaba superpuesta directamente bajo la sombra del árbol; la protección del viento y del sol; y la capacidad de visibilidad de los árboles por sobre la llanura, sirviendo como miradores hacia el humedal donde los camélidos se reunían (2024). En ocasiones, se usaba su material para leña; sin embargo, en algunos sitios esta no era utilizada, a pesar de encontrarse cerca, por lo que se cree que los habitantes no lo habrían escogido debido a la relevancia que tenía para sus campamentos (2024). Además, su madera no fue tan utilizada para la fabricación de herramientas ni para combustible, indicando que posiblemente se conocían sus beneficios como fijador de nitrógeno, el mejoramiento de la calidad del suelo y su notable capacidad de adaptación (2024).
«Se ha propuesto que los antiguos habitantes del desierto consideraban a los árboles de tamarugos como seres protectores y parte de la comunidad espiritual del territorio».
Posterior a estas fechas, se han localizado semillas y vainas de tamarugo en sitios arqueológicos con una datación de 5.000 años atrás, en el contexto de actividades realizadas por cazadores de guanacos en Tarapacá (Rivera-Díaz, 2018). Más tarde, los datos se remontan hasta aproximadamente 3.000 años atrás, cuando se identifican en la pampa las primeras aldeas con sistemas de regadío, construcciones habitacionales y áreas de cultivo donde eran usados materiales provenientes del tamarugo, junto a otros como el chañar y el pimiento (Roldán, J., 2023). Con un estilo mayormente sedentario, el uso del árbol varía en este período y es empleado para madera, vigas para las construcciones y alimento para los animales.
Se ha propuesto incluso que los antiguos habitantes consideraban a los árboles como seres protectores y parte de la comunidad espiritual del territorio. Estos datos dan cuenta de la relación entre el tamarugo y el ser humano, en donde la extracción no fue la única forma de vincularse con el mismo, sino que los árboles eran comprendidos como habitantes del lugar e integrantes de la comunidad social con los que se podía dialogar; además “muchas veces para los cazadores-recolectores los árboles están habitados por los espíritus de sus parientes o dioses” (Ugalde, P. en Ciencia en Chile, 2024).
Con la llegada de los incas al territorio, los tamarugos pasan a tomar parte en la extracción del mineral de plata y en la fabricación de pólvora. Pedro Lozano de Machuca hace referencia a las intenciones del Inka de realizar desviaciones de los canales hidráulicos hacia la pampa del Tamarugal para ampliar las posibilidades agrícolas en el área, lo cual fue motivado por la presencia de bosques de tamarugo en el mismo sector (Rivera-Díaz, 2018). Antonio O’Brien, Teniente de Gobernador de Tarapacá (1768) describe la Pampa del Tamarugal y otros sectores donde señala la posibilidad de aprovechar la especie arbórea, además del algarrobo y el molle (2018). “Tanto en el sitio aldea de Caserones en el sector inferior de la quebrada de Tarapacá y muy cerca de la Pampa del Tamarugal como en Ramaditas y (…) en plena Pampa del Tamarugal donde se pierde la quebrada de Guatacondo, los establecimientos aldeanos utilizaron profusamente postes de tamarugo para la construcción de sus viviendas, de manera que la presencia de estos bosques era notable hace alrededor de 2500 años” (2018).
Durante el período de colonización, el tamarugo jugó un rol relevante en los pueblos de Tarapacá; la presencia de bosques era abundante y formaba parte visible del paisaje, como queda evidenciado en el sistema de encomienda a Lucas Martínez de Vegaso, donde está documentada la entrega de carbón como pago para los indígenas por sus servicios en las minas de Tarapacá, utilizando madera de tamarugo (Rivera-Díaz, 2018). Así también, análisis realizados en muestras procedentes de Guatacondo indican que las antiguas poblaciones del lugar consumieron semillas de tamarugo, que llegaron a constituir una de las principales fuentes de alimento, junto con los granos como el maíz. Se han recuperado piedras de moler antiguas con abundantes residuos de frutos de tamarugo, que revelan el consumo cotidiano de sus vainas por parte de las comunidades antiguas de la Pampa del Tamarugal (2018).
El naturalista Antonio Raimondi dejó descripciones sobre los antiguos “montes” o bosques de tamarugos que cubrían gran parte de la Pampa del Tamarugal, en un viaje a Tarapacá durante 1852 y 1853. En una de sus anotaciones, relata: “Es muy delicioso el pasar a la sombra de estos árboles muy verdes después de tanta aridez; más una lástima muy grande es que dentro de poco tiempo también éstos casi desaparecerán para dar lugar a un desierto, porque los van cortando para hacer leña y transportarla a las oficinas del salitre” (1853 en Rivera-Díaz, 2018). Este testimonio anticipa el proceso de devastación que más tarde sufrieron a causa de la explotación salitrera. Luego, Raimondi confirma la extensión del bosque de tamarugal que perdura actualmente como Reserva Natural con ayuda de los esfuerzos de conservación de CONAF. En sus notas escribe: “Cerca de La Tirana existe un monte de tamarugos bastante grande, habiéndose prohibido el corte bajo pena de una multa; de otro modo, no habría en la actualidad un solo árbol” (2018).

Para el siglo XIX, entre 1850 y 1860, se registran cerca de un centenar de oficinas salitreras en funcionamiento. Sus fogones eran principalmente alimentados por troncos de tamarugos y algarrobos extraídos de la pampa. Este hecho revela la magnitud de la explotación a la que fueron sometidos durante el auge del salitre, en un período de degradación ambiental de la zona norte (Rivera-Díaz, 2018), donde hacia mediados del siglo XX la población natural estaba casi extinta. Aunque la depredación de los bosques duró por varias décadas, el tamarugal dejó remanentes. Su densidad era tal que incluso llegaron a ser ocupados como refugio estratégico durante la Guerra del Pacífico. Además, su importancia era tan grande que diferentes comunidades disputaban por su uso.
Entre los años 1960 y 1970, la CORFO impulsó una reforestación masiva para la recuperación del paisaje y asegurar el forraje para el ganado local, levantando las plantaciones que conforman lo que hoy es la Reserva Nacional Pampa del Tamarugal, creada oficialmente en 1987 y administrada por CONAF. Con más de 130 mil hectáreas, de las cuales 22 mil conforman el bosque de tamarugos, entre replantados y otros naturales. Gran parte del Salar de Llamara, donde afloran aguas subterráneas que sustentan microorganismos, aves y pequeños mamíferos, se encuentra fuera de la limitación de la Reserva; es considerado el patrimonio forestal más grande del norte (CONAF, 2015).
Este frágil ecosistema vive hoy en estado de amenaza debido a las extracciones subterráneas de agua, legales e ilegales, que superan la capacidad natural de recarga del acuífero. En la Pampa del Tamarugal, “se estima que las extracciones legales de agua otorgadas en el acuífero llegan a los 4 mil litros por segundo y la recarga natural es de mil litros por segundo, es decir por cada litro que ingresa se extraen cuatro” (Roldán, J., 2023). La sobreexplotación, sumada al cambio climático y a la disminución de las lluvias en el altiplano, ha generado un descenso del nivel freático, napa ancestral de la cual depende el tamarugo, ya que si este nivel baja más allá de los 20 metros, no puede continuar viviendo. Desde la minería se conoce la extracción del recurso hídrico de la napa freática de la Pampa del Tamarugal, “que viene de lluvias del altiplano, y esa napa se llenó por última vez de manera significativa en el Pleistoceno, hace 14.000 o 12.000 años. Esa agua se está usando de manera no sustentable, lo que está afectando a todo el ecosistema de la Pampa del Tamarugal, incluido el tamarugo” (Ugalde, P. en Ciencia en Chile, 2024). Así también, otra porción del agua es utilizada para el sector urbano de Iquique.
Actualmente, se encuentra en trámite ante el Congreso chileno el proyecto para declarar el tamarugo como Monumento Nacional (Boletín Cámara de Diputados 9903-12, 2015). Las comunidades locales y la ciencia advierten que el ecosistema se encuentra en una etapa crítica. Se calcula que si esta tendencia continúa, la mitad de los tamarugos se encontraría en riesgo vital para el año 2060. Estos árboles, fuentes de vida para muchos habitantes, y de uso ancestral para las comunidades aymara especialmente, son testigos de la relación entre el ser humano y el desierto, donde sus registros presentan evidencia clave para comprender la historia y la relación entre el medio ambiente y el ser humano, así como el ingenio con el que ambos han aprendido a sobrevivir en el extremo entorno que habitan.
Los “bosques fantasma” de la Pampa del Tamarugal, ligados a las aguas fósiles, aguas subterráneas que se formaron hace miles de años y que hoy yacen casi sin renovación, y a la memoria del territorio, nos recuerdan que cada tamarugo en la arena guarda una historia de persistencia, equilibrio y adaptación.

Referencias:
Boletín Cámara de Diputados 9903-12, período legislativo 2014-2018, Legislatura 362, sesión N.º 124, 4 de marzo de 2015.
Carevic, F. et al. (2012). Historia natural del género Prosopis en la Región de Tarapacá. Idesia (Arica), 30(3), 113-117. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-34292012000300016
Ciencia en Chile (2024, 7 de junio). Paula Ugalde: «No podemos seguir destruyendo el desierto de Atacama». https://www.cienciaenchile.cl/paula-ugalde-no-podemos-seguir-destruyendo-el-desierto-de-atacama/#lectura
CONAF, Corporación Nacional Forestal. 2015 Corporación Nacional Forestal Región I Cuenta Pública, Iquique.
Decreto Supremo N° 13, Ministerio del Medio Ambiente.
Fundación Reforestemos. (s/f). Árboles nativos de Chile: Tamarugo (Strombocarpa tamarugo). Disponible en: https://www.reforestemos.org/content/uploads/tamarugo-3.pdf
Rivera, M. (2010). Dendrocronología en la Pampa del Tamarugal, Desierto de Atacama, Norte de Chile. Diálogo Andino 36, 33–50.
Rivera-Díaz, M. (2018). BOSQUES DE TAMARUGOS, UN ACERCAMIENTO ETNOHISTÓRICO PARA EL ESTUDIO DEL PALEOCLIMA EN EL DESIERTO DE ATACAMA. Diálogo andino, (56), 119-139. https://dx.doi.org/10.4067/S0719-26812018000200119
Roldán, J. (2023, 3 de octubre). Expertos advierten sobre impacto en tamarugos por excesiva extracción de agua subterránea. https://aforest.cl/expertos-advierten-sobre-impacto-en-tamarugos-por-excesiva-extraccion-de-agua-subterranea/
Ugalde P., et al. (2024). The first peoples of the Atacama Desert lived among the trees: A 11,600- to 11,200-year-old grove and congregation site, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 121 (18) e2320506121, https://doi.org/10.1073/pnas.2320506121
Wrann, J.; Prado, J.; Aguirre, J.; Rojas, P.; Barros, D. y Hernandes, M. 1981. Estudio de las especies del género Prosopis en la Pampa del Tamarugal. Programa Pampa del Tamarugal. Tomo I. Revisión bibliográfica y actualización de la información existente en el país. Instituto Forestal. Santiago, Chile. 186 p.
Zelada, G. 1986. The Influence of the Productivity of Prosopis tamarugo on Livestock Production in the Pampa del Tamarugal – a Review. Forest Ecology and Management 16: 15-31.
Imagen de Portada: Un bosque de árboles de tamarugo en el Salar de Atacama. Al fondo, a la izquierda, el campamento base de ALMA (OSF). ©Ralph Bennett – ALMA (ESO/NAOJ/NRAO)
