Hacia el cerro de los huesos: crónica de una campaña paleontológica

Por Mauro Aranciaga Rolando y Ana Paola Moreno Rodríguez Emplazada en el Alto Valle de Río Negro, al sur de Argentina, se encuentra General Roca rodeada de chacras, sembradíos y cultivos. El resultado es un paisaje donde predomina lo verde. Sin embargo, este valle está rodeado por la estepa patagónica la cual es principalmente gris […]

Por Mauro Aranciaga Rolando y Ana Paola Moreno Rodríguez

Emplazada en el Alto Valle de Río Negro, al sur de Argentina, se encuentra General Roca rodeada de chacras, sembradíos y cultivos. El resultado es un paisaje donde predomina lo verde. Sin embargo, este valle está rodeado por la estepa patagónica la cual es principalmente gris y de colores pardos, lo que hace que Roca parezca realmente un oasis dedicado al cultivo de frutas y la fabricación de vinos.

Esa estepa gris que rodea la ciudad posee incontables riquezas que muchas veces pasan desapercibidas, como su fauna y flora única, su gente amable y generosa o sus cerros y hondonadas llenos de fósiles. Y es por esta última razón que llegamos a este lugar, con una meta clara pero de alguna manera incierta.  

Once integrantes del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los vertebrados (LACEV) recorrimos en tres vehículos 1100 kilómetros, desde el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” en Ciudad Autónoma de Buenos Aires hasta el Museo Patagónico de Ciencias Naturales de General Roca donde pasamos la primera noche durmiendo a los pies de reconstrucciones de dinosaurios en vida. Eran justamente los dinosaurios el motivo de nuestro viaje, exploraríamos ciertas capas de rocas que datan de unos 70 Millones de años, es decir, de la última parte de la “Era de los Dinosaurios”.

El campo Arriagada, zona fosilífera. © Marcelo Isasi.

A la mañana siguiente nos abastecimos con alimentos frescos y otros insumos que necesitaríamos en el campo y así emprendimos la última parte del recorrido: unos 70 kilómetros. Poco después de salir de Roca, la ruta se vuelve un camino rural de tierra con poco mantenimiento y difícil de transitar. Mientras más nos alejábamos de la ciudad, la vía se volvía más agreste, más angosta y llena de pozos. Al llegar al campo de la familia Arriagada pasamos por su casa y luego de una afectuosa bienvenida, Diego (uno de los 5 hijos de Alberto “Beto” Arriagada) nos indicó a caballo el mejor camino para llegar a la zona fosilífera o Cerro Matadero como le llaman ellos a esta área.

Quizás ustedes se pregunten ¿Cómo hicieron para saber de ese yacimiento en un lugar tan recóndito y grande como Patagonia? Lo que nos llevó a este lugar específico fue el trabajo previo del paleontólogo Fernando Novas y el técnico Marcelo “Chelo” Isasi. Ellos, en 2010, durante un corto viaje buscando nuevas zonas con potencial fosilífero, se propusieron ir de tranquera en tranquera preguntando a la gente si sabían de la presencia de fósiles en sus estancias. Después de mucho preguntar dieron con el campo de los Arriagada. Según Fernando y Chelo, todos los lugareños comentaban la gran cantidad de fósiles que había “en lo de Beto”. Tan pronto como llegaron, sus ojos comprobaron que, en efecto, la zona estaba repleta de fósiles. Con esta “promesa” en mente continuamos nuestro camino.

Una vez que Diego nos indicó el camino, ya sólo nos separaban 10 kilómetros de los fósiles y de nuestro destino. Sin embargo este tramo nos iba a tomar dos días enteros y múltiples viajes, ya que surgió un gran obstáculo: después de unos 50 años de desuso, este camino había sido tomado por la naturaleza. Plantas espinosas (alpatacos), cárcavas y enormes pozos cubrían lo que ahora era una débil huella. Por esta razón, sólo pudimos usar la pick-up 4×4 mientras los otros dos vehículos tuvieron que quedar abandonados durante 10 días. Cargamos la camioneta con una montaña de cosas, y Chelo empezó a conducirla lentamente entre enormes arbustos espinosos, cárcavas y zanjones, mientras los demás abríamos camino rápidamente con palas y picos. Desmalezamos y alisamos el camino durante todo el día, con esfuerzo, bajo el sol patagónico abríamos paso a la camioneta que terminaba desplazándose unos pocos metros y continuamos así hasta que cayó la noche. Bajo el cielo estrellado y muchísimo frío tuvimos que improvisar un campamento, compartir carpas, hacer fuego y cocinar. 

La camioneta entre la vegetación sobre la que tuvimos que abrirnos camino. © Sebastián Rozadilla

A la mañana siguiente desayunamos temprano y continuamos haciéndonos camino entre el terreno salvaje. Al tercer día de expedición después de hacer 10 kilómetros a pico y pala, varios viajes para traer todos los insumos desde los demás vehículos y unas horas de organizar, el campamento quedó finalmente armado. 

¡Por fin empezaba la búsqueda de fósiles! Todos los días caminábamos un kilómetro hasta el Cerro Matadero. Una vez allí, pactábamos una hora para el almuerzo y dejábamos las mochilas partiendo a explorar o extraer fósiles dependiendo de las tareas de cada uno. Para el almuerzo nos juntábamos todos y descansábamos bajo alguna sombra —si teníamos la suerte de encontrar una— y contábamos sobre los hallazgos hechos hasta el momento. Al finalizar la jornada, emprendíamos la vuelta al campamento. Allí, entre mates y snacks, compartíamos anécdotas y disfrutábamos de los hermosos atardeceres de la zona. Más a la noche, con una fogata de por medio, cocinábamos, catalogábamos los fósiles y charlábamos.

Los primeros días fueron despejados y cálidos, muy cálidos (mientras estaba el sol) y desde el comienzo los restos fósiles fueron abundantes aunque muy fragmentarios, en general pertenecientes a plantas, hadrosáurios (dinosaurios herbívoros con hocico parecido al de los patos) y saurópodos. Poco a poco fueron apareciendo restos más completos y pudimos rescatar una gran variedad y cantidad de dinosaurios herbívoros, siendo al menos 4 tipos distintos; lo que nos mostró que, al igual que algunos ambientes actuales como la sabana africana, varias especies de herbívoros convivían en un mismo espacio.

La forma en la que realizamos la recolección de fósiles depende del caso y sobre todo de las características y el estado de preservación de los restos, así como también del lugar donde nos encontremos. Sin embargo, el método más usado es el de “bochón”.

Un bochón es una carcasa de yeso en la que se envuelve el material. Para esto, primero se cava alrededor del fósil un pozo o zanja, la cual se va profundizando hasta que el mismo sólo se sostenga por un pequeño pedestal generando una forma similar a un hongo. Este “hongo” se envuelve con papel higiénico para evitar que el yeso penetre en grietas y fracture el hueso. Luego, se aplica la primera capa de yeso, se embebe tela arpillera en yeso y se envuelve el fósil con la misma para darle rigidez a la carcasa, y se aplica una segunda capa de yeso. Para terminar, cuidadosamente se quiebra el pedestal de roca que sostiene al fósil. Luego se le da vuelta y se desbasta la roca para alivianar peso. Finalmente, se cubre con yeso esta parte cerrando el bochón y queda listo para transportar hasta el museo.

Ocaso patagónico. © Julia Soledad D’angelo.

En medio de un día de extracción el cielo empezó a nublarse rápidamente, fue impresionante ver cómo se acercaban enormes nubes oscuras sobre un cielo que podíamos ver sin interrupción alguna. Pensamos que en cualquier momento se desataría una fuerte tormenta, pero cayeron sólo algunas gotas antes de que volviéramos al campamento. A este episodio le siguieron dos días de lluvia y frío, en los cuales tuvimos que limitarnos a quedarnos en la carpa comedor a tomar mates, hacer tortas fritas, jugar a las cartas y contar historias.

Después de los días de lluvia vino uno de espesa niebla en el que salimos a continuar con la extracción de materiales que ya habíamos encontrado y en búsqueda de nuevos hallazgos. Fue así como caminando, con la vista atenta en el suelo, en el tope de un barranco a unos 30 metros de altura, logramos ver algunos fragmentos que llamaron nuestra atención. Seguimos estos restos hacia arriba de la lomada y aparecieron huesos más completos cuyo color café oscuro y textura brillosa contrastaban con el ambiente gris y opacado por la niebla. Si bien el material ya era interesarte en ese momento, sólo la preparación (limpieza) en el laboratorio permitió hallar bajo el sedimento rocoso parte de un cráneo de dinosaurio hermosamente preservado y ornamentado.

Al día siguiente regresamos al lugar para terminar de extraer huesos de este animal (parte de la cintura pectoral), que permitirían caracterizarlo como un dinosaurio carnívoro de unos 4,5 metros. Pariente de Carnotaurus y Skorpiovenator, es el más pequeño de los abelisaurios conocidos, un adulto según lo indican los estudios de sus tejidos. Este pequeño y bellísimo ejemplar fue llamado Niebla antiqua¹.

Parte de la extracción del Niebla antiqua. Recolección de fósil por medio de la técnica del bolchón. © Julia Soledad D’angelo.

Gracias a campañas paleontológicas como esta (que son sólo una fracción del proceso científico), podemos recolectar evidencias de la vida que existió en la antigüedad, para posteriormente interpretarlas y así reconstruir el pasado remoto, aquello que ninguno de nosotros (los humanos) pudimos presenciar pero que, a pesar de su abrumadora lejanía, puede ser rastreado a través de y gracias a las rocas que han resguardado, de manera borrosa, la “memoria” física de la vida. La paleontología y la geología se dan la mano para dar sentido cronológico, biológico y ecológico a los seres antiguos y los ambientes que habitaron, así, por ejemplo, podemos saber que aquel paraje patagónico de clima extremo y vegetación arbustiva donde hallamos a Niebla contrasta con el paisaje que caminó junto a sus coetáneos, con climas mucho más cálidos y húmedos, con ríos caudalosos y predominio de bosques con árboles de gran porte. 

La paleontología y la geología se dan la mano para dar sentido cronológico, biológico y ecológico a los seres antiguos y los ambientes que habitaron.

Al cabo de los días de esta campaña se sumó un integrante al equipo, celebramos un cumpleaños doble, hicimos un asado, torta y arepas, nos reímos a carcajadas y nos tomaron por sorpresa escorpiones, una viuda negra (Latrodectus mactans) y una yarará (Bothrops ammodytoides), a la par que encontrábamos fósiles de tortugas, peces, aves y cocodrilos, los seres que habitaron la región 70 millones de años atrás.

Con estos materiales emprendimos el regreso en una pick-up llena de fósiles y personas. Dos viajes fueron necesarios para que todos llegáramos con nuestras mochilas, carpas y herramientas al lugar donde quedaron los dos vehículos abandonados. Así regresamos al Museo de Roca donde pudimos por fin darnos una merecida y muy necesaria ducha y descansar bajo techo. 

 Reconstrucción del Niebla en su hábitat. © Sebastián Rozadilla.

Si visitan el Museo Argentino de Ciencias Naturales, seguramente nos encontrarán preparando fósiles, analizando tomografías, comparando materiales con huesos de animales actuales o de otros dinosaurios, o discutiendo con nuestros colegas para desentrañar los misterios de estos animales y plantas que han viajado en el tiempo para darnos una idea de cómo era el mundo. Atravesando la vastedad de la existencia, la paleontología nos permite reconstruir aquello que sólo podemos ver desdibujado por la niebla del tiempo.

Gracias a campañas paleontológicas como esta, se puede recolectar evidencias de la vida que existió en la antigüedad, para posteriormente interpretarlas y así reconstruir el pasado remoto. © Lucas George.

 

Sobre los autores:

Alexis Mauro Aranciaga Rolando es Biólogo orientado en Paleontología en la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente esta haciendo su doctorado en un grupo en particular de dinosaurios carnívoros de Patagonia: Los Megaraptóres. Aún así, su interés va más allá y también ha realizado investigaciones en anfibios y serpientes fósiles. Su mayor pasión es realizar expediciones a Patagonia para extraer nuevas especies fósiles pero también estar en contacto con la naturaleza, vivir nuevas experiencias y conocer historias. Su meta como científico es desentramar varios aspectos aún desconocidos sobre la vida de los dinosaurios e inspirar nuevas generaciones de científicos a lanzarse a la naturaleza a entender sus misterios.

Ana Paola Moreno es colombiana viviendo en Argentina, pedagoga infantil de la Universidad Distrital. Técnica en paleontología en el Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados (LACEV).  Le gustan las papas fritas, los tetrápodos basales y escribir de vez en cuando. Tiene un blog de paleontología para todo público donde pueden encontrar publicaciones similares a ésta.

 

¹ Aranciaga Rolando, et al. 2020. A new medium-sized abelisaurid (Theropoda, Dinosauria) from the late cretaceous (Maastrichtian) Allen Formation of Northern Patagonia, Argentina. Journal of South American Earth Sciences.

Foto de portada: © Boukaih KeIj.